En todas las relaciones, hasta en las mejores, hay desacuerdos. Por eso necesitas aprender a "pelear limpio". Pablo lo aborda así: "...hablaremos la verdad con amor y así creceremos... hasta parecernos más y más a Cristo..." (Efesios 4:15). Si creciste en un hogar lleno de tensiones y de palabras iracundas, puede que tu instinto sea evitar los conflictos a toda costa. Sin embargo el silencio no resuelve los problemas sino que los convierte en tabús que abren brechas que separan a las personas. ¿Qué debería hacer? Primero, intentar entender la diferencia entre un conflicto saludable y uno no saludable. En un matrimonio inestable, la hostilidad se dirige contra las áreas débiles del cónyuge con comentarios como “¡No haces nada bien!”, “¿por qué me casaría contigo?” o “¡Cada día te pareces más a tu madre!”. Semejantes comentarios hieren hasta lo más profundo la autoestima de tu compañer@.
Un conflicto saludable, en cambio, no pierde de vista el asunto que causa desacuerdo. Por ejemplo: “Me molesta que no me digas que vas a llegar tarde a cenar” o “Fue muy embarazoso cuando me dejaste en ridículo en la fiesta de anoche”. ¿Captas la diferencia? Aunque los dos enfoques pueden ser igual de conflictivos, el primero ataca la dignidad de tu espos@, mientras que el segundo se centra en el motivo del conflicto. Cuando aprendáis a hacer esas distinciones importantes, podréis mejorar vuestros desacuerdos sin heriros o insultaros. Además, cuando uno gana el argumento, el otro se siente herido y molesto y ambos perdéis.
Recuerda: cuando alguien sabe que es amado y apreciado, generalmente se abre más y es más receptivo a aceptar la corrección.